Nos reportamos desde el caos digital, porque este lunes 20 de octubre la nube de Amazon —literalmente— se desplomó. Un fallo en Amazon Web Services (AWS), el proveedor de infraestructura digital más grande del mundo, dejó fuera de servicio a decenas de aplicaciones, páginas web y sistemas empresariales en todo el planeta. Y sí, Colombia también sintió el coletazo.
La interrupción comenzó en la región “US-EAST-1”, ubicada en Virginia (EE.UU.), una de las zonas más críticas del ecosistema de AWS. El problema afectó la base de datos DynamoDB y el sistema DNS (ese que traduce los nombres web a direcciones reales), lo que impidió que muchas aplicaciones pudieran acceder a sus propios datos. Fue como si se hubieran desconectado del mundo por unas horas. Se reportaron más de seis millones de fallas globales en plataformas como Snapchat, Canva, Fortnite, Duolingo y servicios bancarios. En Colombia, Bancolombia confirmó que su app móvil presentó fallas temporales, generando molestias entre los usuarios. Aunque no todas las empresas locales publicaron comunicados, es muy probable que muchas de las apps que usamos a diario hayan tenido “lag” por la misma razón.
Este tipo de caídas nos recuerdan que la famosa “nube” no es etérea ni mágica: es un conjunto de servidores físicos, cables, datos y plataformas que también pueden colapsar. Y cuando un proveedor tan grande como AWS falla, el efecto dominó se siente hasta en el café de la mañana, cuando no se puede pagar con la app, revisar correos o acceder a plataformas de trabajo. Para las empresas, el mensaje es claro: confiar todo a un solo proveedor ya no es solo un riesgo técnico, es un problema de negocio. Y para los usuarios, es la oportunidad de entender que detrás de cada clic hay una infraestructura compleja que, de vez en cuando, también necesita respirar.
El reporte de hoy no busca generar pánico digital, sino dejar claro que incluso los gigantes tecnológicos tienen sus días grises. ¿La lección? La resiliencia digital no es una palabra bonita para vender consultoría; es una necesidad para que, cuando la nube caiga, no se nos venga todo abajo.





