Rotorr factura $340 mil millones y demuestra que sí se puede innovar desde las regiones, con ciencia aplicada a la transformación social.
En Colombia, hablar de innovación suele sonar a tecnicismos lejanos, laboratorios enclaustrados y proyectos que nunca aterrizan en la vida cotidiana. Pero algo distinto está ocurriendo: una organización nacida dentro de la Universidad Nacional de Colombia, llamada Rotorr – Motor de Innovación, está demostrando que el conocimiento puede generar riqueza real, desde los territorios y sin miedo al cambio.
Y lo ha hecho con cifras que no pasan desapercibidas: más de 340 mil millones de pesos facturados, 900 empleos directos creados y 140 empresas articuladas en apenas dos años.
“Nuestra apuesta ha sido devolverle la esperanza a las regiones, con ciencia aplicada a problemas reales”, dice Jaime Alonso Restrepo, director ejecutivo de Rotorr.
¿Qué hace diferente a Rotorr?
Mientras muchos proyectos de innovación mueren en el papel, Rotorr tomó un camino distinto: salir al territorio, ponerse la bata blanca con campesinos, excombatientes y emprendedores, y resolver problemas reales. Desde el bajo Cauca hasta Cimitarra, han creado laboratorios de paz donde la innovación no es un concepto abstracto, sino una práctica cotidiana.
Allí, el conocimiento técnico se encuentra con los saberes populares, y de ese cruce nacen soluciones potentes. Un ejemplo: bienes del Estado que antes estaban abandonados, hoy generan empleo gracias a procesos de transformación productiva liderados por comunidades locales.
“No traemos soluciones empaquetadas. El territorio ya tiene el conocimiento, solo necesita herramientas para potenciarlo”, asegura Restrepo.
Pese a los resultados, líderes del sector coinciden en que el principal freno para escalar este modelo es la desconfianza entre sectores. Lo dijo con claridad Gabriel Jurado, exviceministro TIC:
“Hemos construido una cultura institucional en la que innovar sale más caro que quedarse quieto”.
Esta percepción la comparte José Fernando Flórez, director del Doctorado en Estudios Políticos del Externado, quien advierte que la academia debe dejar de hablarse a sí misma y asumir un papel transformador:
“Nuestros doctorandos deberían estar en las regiones, resolviendo problemas, no solo escribiendo papers”.
¿Cómo logra Rotorr evitar el «valle de la muerte» de la innovación?
Una de las claves ha sido su figura jurídica como corporación de derecho privado sin ánimo de lucro, que les permite articular actores públicos, privados y comunitarios sin trabas burocráticas. Así, esquivan el “valle de la muerte” donde muchas ideas mueren por falta de financiación o apoyo institucional.
Además, trabajan con entidades como la Contraloría General de la República, el Consejo Nacional Electoral y la Defensoría del Pueblo, aplicando innovación social para mejorar procesos, sin perder el foco humano.
¿Y los jóvenes? ¿Y la educación?
Desde la Fundación Empresarios por la Educación, Eduardo Piñeros lanzó un llamado urgente: hay que formar a niños y jóvenes para emprender, desde el colegio, con herramientas tecnológicas, pensamiento crítico y lógica colaborativa.
En esa línea, Rotorr ya está capacitando a jóvenes rurales para convertirse en programadores y desarrolladores de soluciones tecnológicas, usando herramientas low-code. Esto no solo cierra brechas de acceso, también permite liderazgos locales con impacto real.
Lecciones que deja Rotorr (y que Colombia no puede seguir ignorando)
Innovar sí puede ser rentable, incluso sin ánimo de lucro.
El conocimiento debe monetizarse sin culpa, no es pecado generar riqueza desde el saber.
La colaboración sí funciona, si se basa en confianza y no en sospecha mutua.
La periferia puede liderar, y lo está haciendo.
Rotorr no solo está generando ingresos, también está rompiendo esquemas mentales. Su lema, “de los territorios a los escritorios”, no es solo una frase: es una forma de trabajar que ya está dando resultados concretos.